Todos los seres humanos somos susceptibles al desconcierto, nadie tiene asegurada la estabilidad a lo largo de su vida. Por el contrario, la combinación del albedrío con eso que llamamos azar suele dar resultados inesperados más de una vez, y cuando nuestras certezas se transforman en dudas llegamos a sentir el desconcierto.
Hace más de diez años descubrí por internet a una persona del otro lado del mundo haciendo un programa de radio muy artesanal por streaming, en una ciudad muy pequeña, lejos de las grandes urbes y del ruido, diciendo lo que pensaba, haciendo pensar a sus oyentes, compartiendo momentos, historias, canciones y contando sus días en aquel lugar que alguna vez había sido su lugar de veraneo y luego de muchos años se había convertido en su lugar en el mundo, con su familia, su Hostería La Merced y su propio estudio de radio.
Aquel locutor, creador de climas, se llama Quique Pesoa, quien tiene una larga trayectoria en la radiofonía Argentina y tampoco le ha escapado a la TV con aquel memorable programa llamado “Cien años” donde recorría apasionadamente a través de objetos antiguos y de historias el transcurso de la humanidad durante el último siglo.
El programa radial que me cautivó se llamaba “El desconcierto del Domingo”, lo transmitía desde su estudio en San Marcos Sierras, Córdoba y se podía bajar en MP3 minutos después de haber terminado. Los lunes, desde Sídney, Australia, yo me bajaba el programa y por la noche lo escuchábamos con Pato cuando nos íbamos a dormir. El programa duraba 3 horas y a nosotros nos acompañaba toda la semana porque cuando alguno se dormía primero el otro apagaba el reproductor para no adelantarse. Así, juntos, nos transportabamos cada noche a su pueblo, a las sierras, a las historias de sus habitantes, sus amaneceres, sus mates, sus reflexiones, sus columnistas y casi que saboreamos el vino de su propia producción, “Flor de Peludo”.
Combinando cuidadosamente las palabras creaba nuevas y explicaba las viejas; los orígenes de aquellas frases comunes y nos dejaba picando alguna historia, todo matizado por Eric Clapton y su tema “Reptile” como cortina musical que generaba un clima interesante y distendido.
Defensor de los regionalismos, de las pausas, de las cosas simples, de aprender observando, de escuchar a los demás y del pensamiento libre.
Para nosotros, en el otro lado del mundo, escuchar algo así realmente nos abrió la cabeza tocando fibras íntimas. Se disfrutaba de otra forma.
Fast forward a Diciembre 2018, pasamos unos días en Córdoba con la familia. Siempre estuvo en mente ir hasta San Marcos para, de máxima, saludarlo a Quique y de mínima, conocer su pueblo.
Y allí fuimos, buscando su Hostería sin preguntar, llegando de memoria aun sin haber estado allí jamás. Sabíamos que estaba “cerca de la plaza y del balneario”. Llegamos, entramos sin golpear, nos cruzamos a una señora y le pregunté: -¿Usted es Leda?, venimos a saludar a Quique.-
-Sí, enseguida lo llamo.-
Pato me preguntó como sabía su nombre. Tuve la intuición que era ella, la esposa de Pesoa, la protagonista de aquellas cosas que él contaba.
Aparece muy amable Quique con sus tiradores y sombrero, nos presentamos, le contamos que hacíamos allí, como disfrutábamos su programa y lo que nos hacía sentir.
Él nos contó algunas anécdotas breves, interesado en el intercambio de palabras, nos llevó a recorrer su biblioteca y museo en la Hostería y ya de salida hablando de su vino nos dice que aguardemos un instante que iba a darme uno de regalo. Bajó a la bodega de su sótano y subió con dos botellas: una para nosotros y otra para él, dijo. Saludos finales, foto de recuerdo y salimos a la calle, con el vino en la mano, los cuerpos flojitos y mudos de la emoción, ojos vidriosos, sin palabras.
Pudimos cerrar un círculo de la mejor manera posible, queríamos que él supiera de nosotros. Por nosotros y por él, merecía esta historia ser conocida por ambos. Cuando uno habla al éter no sabe hasta dónde pueden calar de hondo esas palabras.
En una época donde sobran los continentes y faltan los contenidos, él es un referente eterno de la defensa de las cosas simples y las buenas costumbres para que no nos olvidemos que una vez fuimos sol de alguien.
No olvides que una vez tú fuiste sol
no olvides ni la tapia ni el laurel
no dejes de asombrarte al asistir
a un nuevo nacimiento en tu jardín.
No pierdas una ventana
no entregues tus mañanas
de aguaceros y juegos
ni desentierres tesoros, viejos.
No ocultes lo que ayer se te ofreció
no escondas ni la pena ni el dolor
no dejes que una nube diga adiós,
no saltes en pedazos,
no ocultes tu diamante,
no entregues tu perfecto amanecer
ni tus estrellas, ni tu arena, ni tu mar
ni tu incansable caminar,
vete de nuevo hasta el arroyo
donde está tu mejor canto.
Y ve, cálmale la sed a tus enormes prados
no permitas que se pierda tu cosecha
hoy que hasta la lluvia fiel no te ha escuchado
y busca tu raíz
Y dale la caricia a la que siempre espera
la única manera de hacerla que vuelva
a ofrecerte frutos hasta en el invierno
y no olvides que una vez, tú fuiste sol
Y ve, desata esos diques de corrientes presas
déjate llevar y vuelve a ser jinete
baja hasta tus valles de palomas sueltas
que este es tu país
Donde están tus riendas
donde está tu espuma
donde abandonaste tu camino entonces
donde naufragaste haz crecer mil rosas,
y no olvides que una vez tú fuiste sol.